
1. CONCEPTOS BÁSICOS EN LA ESTÉTICA TRASCENDENTAL.
Según Kant, la intuición es el modo por medio del cual el conocimiento se refiere de forma
inmediata a los objetos que nos son dados. Por su parte, la sensibilidad es la capacidad de recibir representaciones, al ser afectada por los objetos. La sensibilidad es la única que nos suministra intuiciones.
Al mismo tiempo, el entendimiento piensa los objetos y de tal pensamiento proceden los conceptos puros o categorías. Un objeto, al producir un efecto sobre la sensibilidad, hace surgir una sensación. En este caso la intuición, relacionada con la sensación, es empírica. Cuando nos referimos a un objeto indeterminado de una intuición empírica, estamos ante el fenómeno. Lo que se corresponde, dentro del fenómeno, con la sensación, es la materia, que es a posteriori.
Por su parte, lo que permite que lo diverso dado en la sensación, sea ordenado (intuido como ordenado) es la forma. Es a priori. Además, en aquellas representaciones en donde no se encuentra nada perteneciente a una sensación, constituye una intuición pura.
Según Kant, el espacio y el tiempo son dos representaciones que no contienen nada de
sensación-materia (intuiciones puras), pero, además, permiten que lo diverso dado en la sensación sea ordenado (formas puras). Por último, la ciencia que estudia todos los principios de la sensibilidad a priori es la estética trascendental. Según Kant, existen dos principios a priori de tal sensibilidad, que son espacio-tiempo.
2. EL ESPACIO
Kant afirma que para informarnos sobre el tema del espacio es necesario realizar primeramente una exposición del mismo. Entiende por exposición la representación clara de lo que pertenece a un objeto. Al mismo tiempo divide la exposición en metafísica y trascendental.
La exposición metafísica del espacio contiene únicamente lo que el espacio es a priori. Y de tal análisis, Kant, deduce lo siguiente:
1. El espacio no puede ser un concepto empírico pues entonces implicaría quepodría ser deducido a partir de la experiencia.
2. Tampoco es un concepto universal (como sucede, por ejemplo con el concepto de hombre) sino una intuición pura, es decir, algo que no contiene nada de sensación. 10
3. El espacio es la base a priori de las representaciones externas ya que, según Kant, podemos imaginarnos un espacio sin realidades pero no realidades que no se encuentren en un espacio.
En la exposición trascendental del espacio, Kant, entiende el espacio como un principio a
partir del cual se puede fundamentar la posibilidad de otros conocimientos a priori (geometría matemática).
Ello explicaría el por qué las proposiciones de la geometría son apodícticas.
2. EL TIEMPO
En relación con el tiempo, Kant, sigue la misma metodología que hemos visto en su exposición del espacio. Realiza una exposición metafísica y trascendental del tiempo.
En relación con la exposición metafísica (la cual señala únicamente lo que el tiempo contiene a priori) dice lo siguiente:
1. No es un concepto empírico pues no podemos deducirlo de la experiencia.
2. Tampoco es un concepto universal sino una intuición y forma pura de la sensibilidad.
3. Además, el tiempo es la base a priori de la coexistencia (simultaneidad) y de la sucesión (existencia en tiempos diferentes) de fenómenos internos - externos. El cambio y el movimiento son conceptos que solamente son posibles si suponemos el tiempo.
4. El tiempo no es algo que existe "en sí mismo" sino que es una condición subjetiva a priori que nos permite intuirnos a nosotros mismos y nuestro estado interno, pero también externo.
5. El tiempo es la condición formal a priori de todos los fenómenos: es la condición inmediata de los internos y la condición mediata de los externos. En relación con la exposición trascendental, Kant piensa que el tiempo es el principio que posibilita la existencia de otros conocimientos (matemática-geometría). Ello explicaría el por que las proposiciones de la matemática a priori.
3. EL ESPACIO Y TIEMPO CONDICIONES DE POSIBLIDAD DE LOS
JUICIOS SINTÉTICOS A PRIORI EN LAS MATEMÁTICAS.
Las matemáticas son posibles porque hay en ellas juicios sintéticos a priori, que se fundan en el espacio y en el tiempo, en cuanto formas a priori de la facultad de percibir. El espacio como forma organizadora de datos externos hace posible la geometría. Según Kant, antes de identificar en la experiencia una figura geométrica somos capaces de determinarla y establecer qué leyes debe cumplir. El tiempo, en cuanto condición de posibilidad de la intuición de sucesión, hace posible la construcción de la aritmética como "sucesión numérica".
También es anterior a la experiencia sensible de las cosas concretas numerables a las que se pueden aplicar las operaciones aritméticas. Sin embargo, a pesar de la relación directa entre espacio y geometría, por un lado, y aritmética y tiempo, por otro, para Kant no son dos disciplinas separadas, sino que ambas forman la matemática.

A CONTINUACION SE TRANSCRIBEN TEXTUALMENTE LAS PALABRA SDE KANT, DE LA cRÍTICA A LA rAZON PURA.
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Exposición metafísica de este concepto ESPACIO
Por medio del sentido externo (propiedad de nuestro espíritu) nos
representamos objetos como fuera de nosotros y todos ellos en el espacio. En él es
determinada o determinable su figura, magnitud y mutua relación. El sentido interno,
mediante el cual el espíritu intuye a sí mismo o intuye su estado interno, no nos da, es
cierto, intuición alguna del alma misma como un objeto; pero, sin embargo, es una
forma determinada, bajo la cual tan sólo es posible una intuición de su estado interno,
de modo que todo lo que pertenece a las determinaciones internas es representado en
relaciones de tiempo.
Exteriormente no puede el tiempo ser intuido, ni tampoco el espacio, como algo
en nosotros. ¿Qué son, pues, espacio y tiempo? ¿Son seres reales? ¿Son sólo
determinaciones o también relaciones de las cosas, tales que les corresponderían a las
cosas en sí mismas, aun cuando no fuesen intuidas? O se hallan sólo en la forma de la
intuición y, por tanto, en la constitución subjetiva de nuestro espíritu, sin la cual no
podrían esos predicados ser atribuidos a ninguna cosa? Para dilucidar esto vamos a
exponer primeramente el concepto del espacio [Por exposición (expositio) entiendo la
representación clara (si bien no detallada) de lo que pertenece a un concepto; metafísica
es la exposición, cuando encierra aquello que representa al concepto como dado a
priori].
1) El espacio no es un concepto empírico sacado de experiencias externas.
Pues para que ciertas sensaciones sean referidas a algo fuera de mí (es decir, a algo en
otro lugar del espacio que el que yo ocupo), y asimismo para que yo pueda presentarlas
como fuera [y al lado]unas de otras, por tanto no sólo como distintas, sino como
situadas en distintos lugares, hace falta que esté ya a la base la representación del
espacio. Según esto, la representación del espacio no puede ser tomada, por
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experiencia, de las relaciones del fenómeno externo, sino que esta experiencia externa
no es ella misma posible sino mediante dicha representación.
2) El espacio es una representación necesaria, a priori, que está a la base de
todas las intuiciones externas. No podemos nunca representarnos que no haya espacio,
aunque podemos pensar muy bien que no se encuentren en él objetos algunos. Es
considerado, pues, el espacio como la condición de la posibilidad de los fenómenos y no
como una determinación dependiente de éstos, y es una representación a priori, que
necesariamente está a la base de los fenómenos externos.
3) El espacio no es un concepto discursivo o, según se dice, universal, de las
relaciones de las cosas en general., sino una intuición pura. Pues primeramente no se
puede representar más que un único espacio, y cuando se habla de muchos espacios, se
entiende por esto sólo una parte del mismo espacio único. Estas partes no pueden
tampoco preceder al espacio uno, que lo comprende todo, como si fueran, por decirlo,
así, sus componentes (por donde la composición del espacio fuera posible). Por el
contrario sólo en él pueden ser pensadas. Él es esencialmente uno; lo múltiple en él y,
por tanto también el concepto universal de espacios en general, se origina sólo en
limitaciones. De aquí se sigue que en lo que a él respecta, una intuición a priori (que no
es empírica) sirve de base a todos los conceptos del mismo. Así todos los principios
geométricos, v. g. que en un triángulo dos lados juntos son mayores que el tercero, no
son nunca deducidos de los conceptos universales de línea y triángulo, sino de la
intuición; y ello a priori, con certeza apodíctica.
4) El espacio es representado como una magnitud infinita dada. Ahora bien,
hay que pensar todo concepto como una representación que está contenida en una
multitud infinita de diferentes representaciones posibles (como su característica común)
y, por lo tanto, que las comprende debajo de sí; mas ningún concepto, como tal, puede
ser pensado como si encerrase en sí una infinita multitud de representaciones. Sin
embargo, así es pensado el espacio (pues todas las partes del espacio en el infinito son a
la vez). Así, pues, la originaria representación del espacio es intuición a priori y no
concepto.
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Exposición trascendental del concepto del espacio
Entiendo por exposición transcendental la explicación de un concepto como un
principio por donde puede conocerse la posibilidad de otros conocimientos sintéticos a
priori. Para este propósito, se requiere: 1º., que esos conocimientos salgan realmente
del concepto dado; 2º., que esos conocimientos no sean posibles más que bajo la
presuposición de un modo dado de explicación de ese concepto.
La Geometría es una ciencia que determina las propiedades del espacio
sintéticamente y, sin embargo, a priori. ¿Qué tiene que ser pues la representación del
espacio para que sea posible semejante conocimiento de él? Tiene que ser
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originariamente intuición, porque de un mero concepto no se pueden sacar
proposiciones que vayan más allá del concepto. Esto es, sin embargo, lo que ocurre en
la Geometría (v. Introducción V). Pero esa intuición tiene que hallarse en nosotros a
priori, es decir, antes de toda percepción de un objeto y ser, por tanto, intuición pura, no
empírica. Porque las proposiciones geométricas son todas apodícticas, es decir, están
unidas con la conciencia de su necesidad, como por ejemplo: el espacio solo tiene tres
dimensiones. Ahora bien, semejantes proposiciones no pueden ser juicios empíricos o
de experiencia, ni ser deducidas de esos juicios.
(Introducción II).
Mas, ¿cómo puede estar en el espíritu una intuición externa que precede a los
objetos mismos y en la cual el concepto de estos últimos puede ser determinado a
priori? Manifiestamente no puede estar de otro modo que teniendo su asiento en el
sujeto, como propiedad formal de éste de ser afectado por objetos y así de recibir
representación inmediata de estos últimos, es decir, intuición. Esto es, sólo como forma
del sentido externo en general.
Por tanto, sólo nuestra explicación hace concebible la posibilidad de la geometría como
conocimiento sintético a priori. Todo modo de explicación que no proporcione esto,
aunque en apariencia tenga con él alguna semejanza, puede distinguirse seguramente de
él por esas características.
Conclusiones sacadas de los conceptos anteriores
a) El espacio no representa ninguna propiedad de cosas en sí, ni en su relación
recíproca, es decir, ninguna determinación que esté y permanezca en los objetos mismos
aún haciendo abstracción de todas la condiciones subjetivas de la intuición. Pues ni las
determinaciones absolutas ni las relativas pueden ser intuidas antes de la existencia de
las cosas a quienes corresponden; por tanto, no pueden ser intuidas a priori.
b) El espacio no es otra cosa que la forma de todos los fenómenos del sentido
externo, es decir, la condición subjetiva de la sensibilidad, bajo la cual tan sólo es
posible para nosotros intuición externa.
Mas como la receptividad del sujeto para ser afectado por objetos, precede
necesariamente a todas las intuiciones de esos objetos, se puede comprender cómo la
forma de todos los fenómenos puede ser dada en el espíritu antes que las percepciones
reales y, por tanto, a priori y cómo ella, siendo una intuición pura en la que todos los
objetos tienen que ser determinados, puede contener principios de las relaciones de los
mismos, antes de toda experiencia.
No podemos, por consiguiente, hablar de espacio, de seres extensos, etc., más
que desde el punto de vista de un hombre. Si prescindimos de la condición subjetiva,
bajo la cual tan sólo podemos recibir intuición externa, a saber, en cuanto podemos ser
afectados por los objetos, entonces la representación del espacio no significa nada. Este
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predicado no es atribuido a las cosas más que en cuanto nos aparecen, es decir, en
cuanto son objetos de la sensibilidad. La forma constante de esa receptividad que
llamamos sensibilidad, es una condición necesaria de todas las relaciones en donde los
objetos pueden ser intuidos como fuera de nosotros, y, si se hace abstracción
de esos objetos, es una intuición pura que lleva el nombre de espacio. Como no
podemos hacer de las condiciones particulares de la sensibilidad condiciones de la
posibilidad de las cosas, sino sólo de sus fenómenos, podemos decir que el espacio
comprende todas las cosas que pueden aparecernos exteriormente, pero no todas las
cosas en sí mismas, sean o no intuidas, o séanlo por un sujeto cualquiera. Pues no
podemos juzgar de las intuiciones de otros seres pensantes; no podemos saber si están
sujetas a las mismas condiciones, que limitan nuestras intuiciones y son para nosotros
de validez universal. Si nosotros añadimos la limitación de un juicio al concepto del
sujeto, vale el juicio entonces, incondicionalmente. La proposición: «todas las cosas
están unas junto a otras en el espacio», vale con la limitación siguiente: cuando esas
cosas son tomadas como objetos de nuestra intuición sensible. Si añado aquí la
condición al concepto y digo: «todas las cosas, como fenómenos externos, están en el
espacio unas al lado de otras», entonces vale esta regla universalmente y sin
limitación. Nuestras exposiciones enseñan, por consiguiente, la realidad (es decir,
validez objetiva) del espacio en lo que se refiere a todo aquello que puede
presentársenos exteriormente como objeto; enseñan, empero, también la idealidad del
espacio, en lo que se refiere a las cosas, cuando la razón las considera en sí mismas, es
decir, sin referencia a la constitución de nuestra sensibilidad.
Afirmamos, por tanto, la realidad empírica del espacio (en lo que se refiere a toda
experiencia exterior posible), aunque admitimos la idealidad transcendental del mismo,
es decir, que no es nada, si abandonamos la condición de la posibilidad de toda
experiencia y lo consideramos como algo que está a la base de las cosas en sí mismas.
Pero fuera del espacio no hay ninguna otra representación subjetiva y referida
a algo exterior, que pueda llamarse objetiva a priori. Pues de ninguna de ellas pueden
deducirse, como de la intuición en el espacio, proposiciones sintéticas a priori. Por eso,
hablando con exactitud, no les corresponde idealidad alguna, aunque coinciden con la
representación del espacio en que sólo pertenecen a la constitución objetiva del modo de
sentir, v. g. de la vista, del oído, del tacto mediante las sensaciones de color, sonido,
temperatura, las cuales, siendo sólo sensaciones y no intuiciones, no dan a conocer en sí
objeto alguno y menos aún a priori.
El propósito de esta observación es sólo impedir que se le ocurra a nadie
explicar la afirmada idealidad del espacio con ejemplos del todo insuficientes, pues v. g.
los colores, el sabor, etc... son considerados con razón no como propiedades de las
cosas, sino sólo como modificaciones de nuestro sujeto, que incluso pueden ser
diferentes en diferentes hombres. En efecto en este caso, lo que originariamente no es
más que fenómeno, v. g. una rosa, vale como cosa en sí misma en el entendimiento
empírico, pudiendo sin embargo aparecer, en lo que toca al color, distinta a distintos
ojos. En cambio, el concepto transcendental de los fenómenos, en el espacio, es un
recuerdo crítico de que nada en general de lo intuido en el espacio es cosa en sí, y de
que el espacio no es forma de las cosas en sí mismas, sino que los objetos en sí no nos
son conocidos y lo que llamamos objetos exteriores no son otra cosa que meras
representaciones de nuestra sensibilidad, cuya forma es el espacio, pero cuyo verdadero
correlativo, es decir la cosa en sí misma, no es conocida ni puede serlo. Mas en la
experiencia no se pregunta nunca por ella.
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Segunda sección de la Estética transcendental. Del tiempo
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Exposición metafísica del concepto del tiempo
1) El tiempo no es un concepto empírico que se derive de una experiencia.
Pues la coexistencia o la sucesión no sobrevendría en la percepción, si la representación
del tiempo no estuviera a priori a la base. Solo presuponiéndola es posible representarse
que algo, sea en uno y el mismo tiempo (a la vez) o en diferentes tiempos (uno después
de otro).
2) El tiempo es una representación necesaria que está a la base de todas las
intuiciones. Por lo que se refiere a los fenómenos en general, no se puede quitar el
tiempo, aunque se puede muy bien sacar del tiempo los fenómenos. El tiempo es pues
dado a priori. En él tan sólo es posible toda realidad de los fenómenos. Estos todos
pueden desaparecer; pero el tiempo mismo (como la condición universal de su
posibilidad) no puede ser suprimido.
3) En esta necesidad a priori fúndase también la posibilidad de principios
apodícticos de las relaciones de tiempo o axiomas del tiempo en general. Éste no tiene
más que una dimensión; diversos tiempos no son a la vez, sino unos tras otros (así como
diversos espacios no son unos tras otros, sino a la vez). Estos principios no pueden ser
sacados de la experiencia, pues ésta no les daría ni estricta universalidad, ni certeza
apodíctica. Nosotros podríamos sólo decir: eso enseña la percepción común;
más no: así tiene que suceder. Esos principios valen como reglas bajo las cuales en
general son posibles experiencias y nos instruyen antes de la experiencia y no por medio
de la experiencia.
4) El tiempo no es un concepto discursivo o, como se le llama, universal, sino
una forma pura de la intuición sensible. Diferentes tiempos son sólo partes del mismo
tiempo. La representación que no puede ser dada más que por un objeto único, es
intuición. Tampoco la proposición: «diferentes tiempos no pueden ser a la vez», podría
deducirse de un concepto universal. La proposición es sintética y no puede originarse
sólo en conceptos. Ella está pues inmediatamente contenida en la intuición y
representación del tiempo.
5) La infinidad del tiempo no significa otra cosa sino que toda magnitud
determinada del tiempo es sólo posible mediante limitaciones de un tiempo único
fundamental. Por eso la representación primaria tiempo tiene que ser dada como
ilimitada. Pero cuando hay algo en lo cual las partes mismas y toda magnitud de un
objeto solo pueden ser representadas determinadamente, mediante limitación,
entonces, la representación total no puede ser dada por conceptos (pues éstos sólo
contienen representaciones parciales) sino que ha de fundarse en una intuición
inmediata.
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Exposición transcendental del concepto del tiempo
Sobre esto puedo referirme al núm. 3 en donde, para abreviar, he puesto ya lo que es
propiamente transcendental, entre los artículos de la exposición metafísica. Aquí añado
que el concepto del cambio y con él el concepto del movimiento (como cambio de
lugar) no son posibles sino mediante y en la representación del tiempo; que si esa
representación no fuese intuición (interna) a priori, no podría concepto alguno, fuere el
que fuere, hacer comprensible la posibilidad de un cambio, es decir de un enlace de
predicados contradictoriamente opuestos (v. g. el ser en un lugar y el no ser esa misma
cosa en el mismo lugar) en uno y en el mismo objeto. Sólo en el tiempo pueden
hallarse ambas determinaciones contradictoriamente opuestas en una cosa, a saber una
después de otra. Así pues nuestro concepto del tiempo explica la posibilidad de tantos
conocimientos sintéticos a priori, como hay en la teoría general del movimiento, que no
es poco fructífera.
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Conclusiones sacadas de estos conceptos
a) El tiempo no es algo que exista por sí o que convenga a las cosas como
determinación objetiva y, por lo tanto, permanezca cuando se hace abstracción de todas
las condiciones subjetivas de su intuición. Pues en el primer caso sería algo que, sin
objeto real, sería, sin embargo, real. Mas en lo que al segundo caso se refiere, siendo
una determinación u ordenación inherente a las cosas mismas, no podría preceder a los
objetos como su condición, ni ser intuido y conocido a priori mediante proposiciones
sintéticas. Sin embargo, esto último ocurre perfectamente, si el tiempo no es nada más
que la condición subjetiva bajo la cual tan sólo pueden intuiciones tener lugar en
nosotros. Pues entonces esa forma de la intuición interna puede ser representada antes
de los objetos y, por lo tanto, a priori.
b) El tiempo no es nada más que la forma del sentido interno, es decir, de la
intuición de nosotros mismos y de nuestro estado interno. Pues el tiempo no puede ser
una determinación de fenómenos externos; ni pertenece a una figura ni a una posición,
etc., y en cambio, determina la relación de las representaciones en nuestro estado
interno. Y, precisamente, porque esa intuición interna no da figura alguna, tratamos de
suplir este defecto por medio de analogías y representamos la sucesión del tiempo por
una línea que va al infinito, en la cual lo múltiple constituye una serie, que es sólo de
una dimensión; y de las propiedades de esa línea concluimos las propiedades todas del
tiempo, con excepción de una sola, que es que las partes de aquella línea son a la vez,
mientras que las del tiempo van siempre una después de la otra. Por aquí se ve también,
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que la representación del tiempo es ella misma intuición, pues que todas sus relaciones
pueden expresarse en una intuición externa.
c) El tiempo es la condición formal a priori de todos los fenómenos en general.
El espacio, como forma pura de toda intuición externa, está limitado, como condición a
priori, sólo a los fenómenos externos. En cambio todas las representaciones, tengan o no
cosas exteriores como objetos, pertenecen en sí mismas al estado interno, como
determinaciones del espíritu, y este estado interno se halla bajo la condición formal de
la intuición interna, por lo tanto del tiempo. De donde resulta que el tiempo es una
condición a priori de todo fenómeno en general y es condición inmediata de los
fenómenos internos (de nuestra alma) y precisamente por ello condición inmediata
también de los fenómenos externos. Si puedo decir a priori: todos los fenómenos
externos están determinados en el espacio y según las relaciones del espacio a priori,
puedo decir, por el principio del sentido interno, con toda generalidad: todos los
fenómenos en general, es decir, todos los objetos de los sentidos son en el tiempo y
están necesariamente en relaciones de tiempo.
Si hacemos abstracción de nuestro modo de intuirnos interiormente y de
comprender mediante esa intuición, todas las intuiciones externas en la facultad de
representación; si por tanto tomamos los objetos tales y como puedan ser ellos en sí
mismos, entonces el tiempo no es nada. Sólo tiene validez objetiva con respecto a los
fenómenos, porque tales son ya las cosas que admitimos como objetos de nuestros
sentidos; pero el tiempo no es objetivo si hacemos abstracción de la sensibilidad de
nuestra intuición y, por tanto, del modo de representación que nos es peculiar y
hablamos de cosas en general. El tiempo es, pues, solamente una condición subjetiva de
nuestra (humana) intuición (la cual es siempre sensible, es decir, por cuanto somos
afectados por objetos) y no es nada en sí, fuera del sujeto. Sin embargo, en
consideración de todos los fenómenos y, por tanto, también de todas las
cosas que se nos pueden presentar en la experiencia, es necesariamente objetivo. No
podemos decir:
todas las cosas están en el tiempo; porque en el concepto de las cosas en general se
hace abstracción de todo modo de intuición de las mismas, siendo éste sin embargo la
propia condición bajo la cual el tiempo pertenece a la representación de los objetos.
Ahora bien, si se añade la condición al concepto y se dice: todas las cosas, como
fenómenos (objetos de la intuición sensible) están en el tiempo, entonces el principio
tiene exactitud objetiva y universalidad a priori.
Nuestras afirmaciones enseñan, pues, la realidad empírica del tiempo, es decir,
su validez objetiva con respecto a todos los objetos que pueden ser dados a nuestros
sentidos. Y como nuestra intuición es siempre sensible, no puede nunca sernos dado un
objeto en la experiencia, que no se encuentre bajo la condición del tiempo. En cambio,
negamos al tiempo toda pretensión a realidad absoluta,,esto es, a que, sin tener en
cuenta la forma de nuestra intuición sensible, sea inherente en absoluto a las cosas como
condición o propiedad. Tales propiedades que convienen a las cosas en sí, no pueden
sernos dadas nunca por los sentidos. En esto consiste, pues, la idealidad transcendental
del tiempo, según la cual éste, cuando se hace abstracción de las condiciones subjetivas
de la intuición sensible, no es nada y no puede ser atribuido a los objetos en sí mismos
(sin su relación con nuestra intuición) ni por modo subsistente ni por modo inherente.
Sin embargo, esta idealidad, como la del espacio, no ha de compararse con las
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subrepciones de la sensación, porque en éstas se presupone que el fenómeno mismo, en
quien esos predicados están inherentes, tiene realidad objetiva, cosa que aquí
desaparece enteramente, excepto en cuanto es meramente empírica, es decir, que aquí se
considera el objeto mismo, sólo como fenómeno: sobre esto véase la nota anterior de la
sección primera.
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Explicación
Contra esta teoría que concede al tiempo realidad empírica, pero le niega la
absoluta y transcendental, presentan una objeción los entendidos, con tanta unanimidad,
que me hace pensar que ha de hacerla también naturalmente todo lector para quien no
sean habituales estas consideraciones.
Dice la objeción como sigue: las mutaciones son reales (esto lo demuestra el
cambio de nuestras propias representaciones, aunque se quisieran negar todos los
fenómenos externos con sus mutaciones). Las mutaciones, empero, no son posibles más
que en el tiempo; el tiempo, pues, es algo real. La contestación no ofrece dificultad.
Concedo todo el argumento. El tiempo es, desde luego, algo real, a saber: la forma real
de la intuición interna. Tiene, pues, realidad subjetiva en lo tocante a la experiencia
interna; es decir, tengo realmente la representación del tiempo y de mis determinaciones
en él. Es pues, real, no como objeto, sino considerado como el modo de representación
de mí mismo como objeto. Mas si yo mismo u otro ser pudiese intuirme sin esa
condición de la sensibilidad, esas mismas determinaciones, que nos representamos
ahora como mutaciones, nos darían un conocimiento en el cual no se hallaría la
representación del tiempo y, por ende, tampoco de la mutación. Subsiste, pues, su
realidad empírica como condición de todas nuestras experiencias. Sólo la realidad
absoluta no le puede ser concedida, por lo anteriormente dicho. No es más que la forma
de nuestra intuición interna. Si se quita de él la particular condición de nuestra
sensibilidad, desaparece también el concepto del tiempo. El tiempo, pues, no es
inherente a los objetos mismos, sino sólo al sujeto que los intuye.
Pero la causa por la cual esa objeción vuelve con tanta unanimidad, en boca de
quienes, por cierto, nada pueden, sin embargo, oponer a la teoría de la idealidad de
espacio, es ésta: que no confiaban en poder demostrar apodícticamente la realidad
absoluta del espacio, porque frente a ellos está el idealismo, según el cual, no es posible
demostrar estrictamente la realidad de los objetos exteriores. Pero, en cambio, la del
objeto de nuestro sentido interno (yo mismo y mi estado) es inmediatamente clara por la
conciencia. Aquellos objetos externos podrán ser mera apariencia; este objeto interno
empero es, según su opinión, innegablemente algo real. Pero no pensaron que ambos,
objetos, el externo y el interno, sin que se pueda discutir su realidad como
representaciones, pertenecen, sin embargo, solo al fenómeno, el cual tiene siempre dos
lados, el uno cuando el objeto es considerado en sí mismo (prescindiendo del modo de
intuirlo, por lo cual su modo de ser, precisamente por eso, permanece siempre
problemático) y el otro cuando se mira a la forma de la intuición de ese objeto, forma
que ha de buscarse no en el objeto en sí mismo, sino en el sujeto a quien éste aparece,
aunque corresponde, sin embargo, necesaria y realmente al fenómeno de ese objeto.
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Espacio y tiempo son, por tanto, dos fuentes de conocimiento de las cuales a
priori podemos extraer diferentes conocimientos sintéticos; la matemática pura nos da
un ejemplo brillante, por lo que se refiere a los conocimientos del espacio y sus
relaciones. Ambas, tomadas juntas, son formas puras de toda intuición sensible y, por
eso, hacen posibles proposiciones sintéticas a priori. Mas esas fuentes de conocimiento
a priori determinan sus límites precisamente por eso (porque son meras
condiciones de la sensibilidad) a saber: que se refieren sólo a objetos en cuanto son
considerados como fenómenos, mas no representan cosas en sí mismas. Aquellos
fenómenos solos constituyen el campo de su validez y cuando nos salimos de ellos, no
podemos hacer uso alguno objetivo de esas fuentes. Esa realidad del espacio y del
tiempo deja incólume la certeza del conocimiento de experiencia: pues estamos ciertos
de él, pertenezcan necesariamente esas formas a las cosas en sí mismas o a nuestra
intuición. En cambio, los que sostienen la realidad absoluta del espacio y del tiempo,
admítanla como subsistente o solo inherente, tienen que hallarse en contradicción con
los principios de la experiencia misma. Pues, si se deciden por lo primero (partido que
generalmente adoptan los que investigan matemáticamente la naturaleza), tienen que
admitir dos nadas eternas, infinitas, existentes por sí (el espacio y el tiempo) que existen
(sin que, sin embargo, ninguna realidad exista) sólo para comprender dentro de sí todo
lo real. Si se deciden por el segundo partido (al cual pertenecen algunos que investigan
metafísicamente la naturaleza) y consideran el espacio y el tiempo como relaciones de
los fenómenos (al lado o después unos de otros) abstraídas de la experiencia, si bien
confusamente representadas en la separación, entonces tienen que negar a las teorías
matemáticas a priori, en lo que se refiere a cosas reales (v. g. en el espacio) su validez o,
al menos, la certeza apodíctica. Porque ésta no puede tener lugar a posteriori y los
conceptos a priori del espacio y del tiempo, según esta opinión, son sólo creaciones de
la imaginación, cuya fuente ha de buscarse realmente en la experiencia, con cuyas
relaciones, abstraídas, ha hecho la imaginación algo que, si bien contiene lo universal
de las mismas, no puede, sin embargo, tener lugar sin las restricciones que la naturaleza
ha enlazado con ellas. Los primeros ganan tanto que abren el campo de los fenómenos
para las afirmaciones matemáticas, en cambio, confúndense mucho, por esas mismas
condiciones, cuando el entendimiento quiere salir de ese campo. Los segundos ganan, es
cierto, en lo que a esto último se refiere, puesto que las representaciones de espacio y
tiempo no les cierran el camino cuando quieren juzgar de los objetos no como
fenómenos, sino sólo en relación al entendimiento; mas, en cambio, ni pueden señalar el
fundamento de la posibilidad de conocimientos matemáticos a priori (ya que les falta
una intuición a priori verdadera y con valor objetivo), ni poner las leyes de la
experiencia en necesaria concordancia con aquellas afirmaciones. En nuestra teoría de la
verdadera constitución de esas dos formas originarias de la sensibilidad, quedan
remediadas ambas dificultades.
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